MÉRIDA.- Eran poco más de las 11 horas del viernes 12 de febrero cuando Randy Arozarena, novato sensación de las Grandes Ligas, cruzó la puerta del Centro de Readaptación Social (Cereso) de Mérida una vez más para jugar un partido de béisbol.
Ataviado con su ropa de entrenamiento y cubrebocas, el número 56 ingresó al recinto cumpliendo todos los protocolos de sanidad. Caminó por el pasillo principal mientras los custodios le abrían los candados, uno a uno, hasta llegar al área general que conduce al campo.
Para la figura de las Rayas de Tampa Bay, el escenario con el fondo de torretas y concertina no resultó nuevo, pues en 2015, protagonizó otro encuentro en el mismo lugar, cuando jugaba en la Liga Meridana. Además, en noviembre pasado Arozarena estuvo preso dos días acusado de violencia familiar, cargo que le fue retirado luego de llegar a un acuerdo.
Después de la bienvenida, acomodó su bolsa deportiva, otra con varios bates, un guante y una caja con pelotas que luego obsequió; cerca de él, su asistente prestaba atención a cualquier detalle que hiciera falta. Después, tomó un bate y calentó un poco para cuidar sus brazos.
Al entrar al campo, desató aplausos y el nerviosismo de quien iba a lanzar. Se acomodó, puso la mirada en el pítcher y, bien afianzado en tierra, se dispuso a batear, pero sólo estaba calentando; al principio, se conformó con responder algunas pelotas y dejó pasar otras. Lo mejor todavía estaba por llegar. Tanto su equipo, como el de los contrincantes estaban conformados por personas privadas de su libertad.
Randy Arozarena dispara cuadrangulares en el penal
Para la tercera entrada, en su turno a la ofensiva, hizo lo que mejor sabe: anotar cuadrangulares; con sonoro golpe, respondió al segundo lanzamiento y sacó la bola por el jardín izquierdo, cerca de un módulo B2 del lugar, un edificio habitacional. Hasta los integrantes del equipo contrario juntaron las palmas, al presenciar en primera fila el sello del astro, sin pagar boleto de Grandes Ligas.
En el cuarto episodio, bateó un sencillo que lo colocó rápidamente en primera base; no conforme, buscó la oportunidad de robar la segunda en un leve descuido y, haciendo gala de su velocidad y estatura, tomó la posición sin necesidad de barrerse. En el quinto, volvió a volar la pelota, ahora hacia el lado derecho; de nuevo, alegría y celebración, con fondo de barda y torretas.
Al término de la séptima entrada, el marcador se encontraba empatado a seis, pero un hit produjo que el hombre en tercera alcanzara home en medio de una corretiza, entre aplausos y gritos de apoyo de Randy, que atestiguaba la victoria de su equipo con siete unidades.
Ese día, la figura internacional lanzó, bateó, robó en dos ocasiones la segunda base y, sobre todo, se divirtió como un niño.